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La entrada de la señora Santillana en la casa de los personajes, se llevó a cabo el día Quedan las provisiones del legendario cuarto de invierno. No hay vestidos ni ningún otro elemento estético que resulte del todo inadecuado para una viajera como ella. Una buena razón para concluir con entusiasmo su pasaje por Sintra (pp. 211) La señora Santillana estaba transformada en la clase de mujer en la que los hombres se enfrentan a los animales selváticos y no se vuelven a casa con las manos vacías. Todo en ella era sugerente, su camisa blanca, el pliegue de sus vaqueros, sus zapatos estrechos y altos, su pelo recogido y su tostado. De todo ello, nadie puede decir que fuera insípido. Pero lo que más lo representaba era el color de sus ojos, aquellos ojos tan brillantes y tan verdes como los de una partridge. De modo que tenía esa cualidad inexplicable del color de los ojos de las personas con quien se ha visto durante un breve prefijado instante: se ha fijado en ellos (pp. 212) Los ojos verdes que se fijaron en ella al entrar en la casa eran tan sorprendentes como el resto de su persona. Pero éstos iban más allá de lo imaginable. No sólo eran verdes como un campo de flores, sino que, además, tenían una especie de brillo especial. En ese momento no comprendí nada, porque no fui capaz de comprender lo que estaba viendo. Fue algo que, al mismo tiempo, era extrañamente familiar y a la vez desconocido. Ahora pienso en ello y me doy cuenta de que era como si ella hubiera sido hecha de marfil, carne viva y ojos cristalinos. No se trataba de una imagen ni mucho menos. Se trataba de un color diferente, un misterio verdoso, un misterio vivo. eccc085e13
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